No eres aldea, ni pueblo, ni villa, ni concejo,
eres una ola blanca que el mar ha depositado
entre los pinos y los almendros
junto a rocas y playas.
Silencio, paz, vuelo de gaviotas,
una brisa suave entre palmeras,
cielo azul, luz dorada,
flores rojas, setos verdes,
calles estrechas, sencillas,
un olor a pan recién hecho,
ruido de voces en un café,
rumor de olas en el acantilado,
montañas ocres que dominan los tejados,
una ermita blanca
y el mar.
Cuando llega la noche
las olas que mueren en la playa
centellean a la luz de la luna;
el mar respira tranquilo
moviendo con un reflujo silencioso
las barcas ancladas en el puerto marinero
que cabecean olvidadas en la penumbra
y las calles, hendiduras de color,
se dibujan en la oscuridad.
Se charla en las terrazas,
suena la música en los bares,
los vecinos pasean junto al mar en calma,
profundo, oscuro, inmenso y cercano.
La evasión es patrimonio de la noche
cuando la luz en las cosas se extingue.
Al amanecer atravieso tus calles vacías,
las casas blancas se reflejan
en el espejo de la mar en calma
y las olas, al romperse,
dibujan franjas de encaje
en la orilla de las playas
Unos pinos corcovados rodean
el camino hasta un ramblar
que muere en una playa de piedras
esculpidas por el viento y el agua.