sábado, 30 de enero de 2010

Bucólica.



Bucólica.


El remanso de un río permite que se reflejen
las hojas de los chopos lindantes,
¿No es hermosa la quietud de las aguas,
sólidas, estancas, profundas?


Apenas un ligero temblor en su superficie
al rozar la brisa la limpidez de su espejo,
un rumor de hojas trémulas,
quizás el canto de un mirlo,
o algún convulso movimiento
en la profundidad del remanso
orquestan la sinfonía de las aguas claras,
de la vida quieta e inalterable.


¿Verdad, amor, que aquí nos sentimos una vez
unidos en nuestras esencias,
aliados ante la densidad de los chopos,
inmersos en el sosiego del momento?


No me avergüenza escribir
un poema romántico, idealizar bucólicamente
nuestro instantes de entrega,
recordar aquellos momentos felices
de nuestra soledad de enamorados.


A veces me desconcierta ser siempre
lo que se tiene que ser,
olvidando acaso que la felicidad
consiste en elegir, en escoger,
al margen de los compromisos
de la sociedad que nos domina.


Este silencio verde de los chopos,
reflejado en las limpias aguas del remanso,
ese acorde musical de los mirlos,
el olor húmedo de la brisa,
y la caricia del agua en la ribera,
todo tan cercano y evidente,
es un regalo de aquellos dioses
que tan lejanos suelen estar
de nuestros pensamientos.


Recuerdo intensamente tu cabello al aire,
los efluvios de tu cuerpo
la suavidad de tus manos,
la delicia de tu voz
y tu evanescente mirada alejándose
hacia las altas ramas de los árboles
mientras mis ojos perdidos
recorrían tus márgenes,
inmersos en la belleza del encuentro.


Puedo sentirme anonadado
al recordar aquellos bucólicos momentos,
y desearía cantar como un juglar occitano
las esencias de mi dama,
el perfil bucólico de nuestro momento,
pleno de romanticismo y de libertad.


Regresaré a ese instante de nuestro amor
siempre que mi ánimo desfallezca
y, si los dioses lo permiten,
allí acamparé entre la yerba
y los chopos frondosos,
recordando tu imagen
cerca de las riberas del remanso.